No era ni una nena ni una adulta, sino algo entremedio.
Empecé a mirar a mi alrededor, más allá de mis libros, y ¿qué vi? Piernas más delgadas que las mías, brazos que cabían en los míos. Estaba demasiado gorda, era demasiado grande. Pero este sentimiento roedor de inseguridad y autodesprecio no lo expresé con palabras; no era consciente de él y me roía, en algún lugar dentro de mí.
No me ubicaba, no sabía que actitud tomar, qué contestar si alguien me preguntaba algo, cómo tenia que caminar por la calle, qué estaba bien, qué era normal. En mi cabeza había siempre una vocecita crítica que me hacia trizas. Todo lo que hacia estaba mal, era ridículo, forzado y estúpido.
Era dolorosamente consciente de todo lo que hacía y decía. Sentía que cada movimiento que hacía. Sentía cada movimiento que hacía y sabía que exactamente cómo se veía desde afuera. Mis muslos, demasiado gordos. Comencé a esconder mi panza. Todo lo expresaba con palabras, parecía segura de mí misma, creía estar segura de todo pero, a su vez, me decía a mí misma cómo debía presentarme a los demás, cómo tenía que sentarme, como debía mirar a un grupo de chicos que me miraba al pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario