Todo el mundo decía que tenia buen aspecto, pero la mirada de mis padres denotaba preocupación. Mi dieta ya no era inocente y despreocupada: ahora era una obsesión. Mamá lo vio, papá lo vio y yo en realidad también lo vi, pero no podía hacer nada y arrinconé el miedo, animada por los elogios que recibía con mi delgadez, que luego se convertiría en demasiada delgadez y flaqueza.

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